CURACIÓN ESOTÉRICA

TRATADO SOBRE LOS SIETE RAYOS, Volumen 4

Alice A. Bailey & Maestro Tibetano (Djwhal Khul)

 

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LEY V

No existe nada más que energía, porque Dios es Vida. En el hombre se unen dos energías, pero hay otras cinco presentes. Para cada una ha de encontrarse un punto central de contacto.

El conflicto de esas energías con las fuerzas, y de las fuerzas entre sí, producen los males corporales del hombre.

El conflicto entre las primeras y las segundas persiste durante edades, hasta llegar a la cima de la montaña -la primera gran cima.

 

La lucha entre las fuerzas produce las enfermedades, males y dolores corporales que buscan la liberación en la muerte. Las dos, las cinco y también las siete, además de aquello que ellas producen, poseen el secreto. Ésta es la quinta Ley de Curación dentro del mundo de la forma.

 

 

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Páginas 433-444

 

3. El conflicto de esas energías con las fuerzas, y de las fuerzas entre si, producen los males corporales del hombre.

Se observará aquí que las enfermedades se producen, de acuerdo a la ley, de dos maneras:

1. Por el conflicto de las energías con las fuerzas.
2. Por el conflicto de las fuerzas entre sí.

Evidentemente, a primera vista es de esperarse esta lucha dual.

 

En primer término tenemos la lucha que se libra en la vida de la personalidad, cuando el alma definidamente dirige su atención hacía sus vehículos y trata de ejercer control.

 

Cuanto más determinada esté la persona a someter su personalidad al control del alma, más se intensificará el conflicto, surgiendo como resultado serias condiciones físicas.

 

Bajo esa clasificación podríamos catalogar la mayoría de las enfermedades de discípulos y místicos, en gran parte de naturaleza nerviosa, y a menudo afectan al corazón o a la corriente sanguínea.

 

 

En la mayoría de los casos pueden ser confinadas a la zona arriba del diafragma, y por lo tanto a esas zonas condicionadas por los centros coronario, laríngeo y cardíaco.

 

Un número de casos que denominaré “fronterizos” entran también bajo esta categoría, pero están limitados a la trasferencia de las energías (por el impacto del alma) del centro plexo solar al cardiaco, y la frontera involucrada es simplemente el diafragma.

 

 

Dentro de esta primer clasificación también podrían notarse esas dificultades originadas, por ejemplo, cuando la energía del cuerpo astral hace su impacto sobre las fuerzas del vehículo etérico, estableciendo un disturbio emocional y produciendo serias dificultades en el plexo solar, con los resultantes trastornos gástricos, intestinales y hepáticos, siendo todos el resultado del conflicto entre energía y fuerzas. Todo lo que puedo hacer aquí es indicar el tipo de problema relacionado con una u otra de esas dos categorías; el tema no se presta para la breve dilucidación que intento dar.

 

Dentro de la segunda categoría, que concierne al conflicto entre fuerzas y fuerzas, está implicado el cuerpo etérico, y las fuerzas involucradas son las que se hallan en los centros mayores y menores, implicando su relación mutua y su reacción interna al impacto de energías provenientes de afuera del cuerpo etérico.

 

Dichas fuerzas y su interacción producen las enfermedades comunes en el hombre y controlan los disturbios de los órganos físicos y las zonas del cuerpo físico ubicadas alrededor de esos centros, los cuales constituyen en realidad los factores principales que condicionan la masa de seres humanos durante largos eones, o hasta el momento en que el alma “presta atención” a la apropiación y pleno control de su mecanismo en los tres mundos.

 

Estas dificultades secundarias, debidas a la interacción entre los centros, son de tres categorías, y deben ser cuidadosamente observadas:

 

1. La interacción entre:


a. Los centros arriba del diafragma, por ejemplo, el coronario, el laríngeo y el cardíaco y muy ocasionalmente el centro ajna.


b. Los centros abajo del diafragma y su relación entre sí.

 

2. La mutua relación entre ciertos centros, como la que tiene lugar de acuerdo a la Ley de Transmutación, o el proceso de elevar las fuerzas de un centro a otro,


a. del centro sacro al laríngeo,
b. del centro plexo solar al cardíaco y
c. del centro en la base de la columna vertebral al coronario.

 

3. El impacto producido por la “energía” (observen la exactitud técnica de mis frases) de los centros arriba del diafragma a los de abajo del diafragma.

 

Este proceso ocurre inversamente del que tiene lugar cuando las fuerzas abajo del diafragma son elevadas a los centros arriba del diafragma. En este tercer tipo de relación tenemos la aplicación de la potencia del magnetismo, y en el otro la expresión de la irradiación. Ambos se hallan estrechamente aliados en cierta etapa del desenvolvimiento.

 

En todas las relaciones siempre existe la posibilidad de que surjan dificultades, dando por resultado un efecto indeseable sobre los órganos físicos situados dentro de la zona implicada.

 

En las primeras etapas de la relación de los centros ubicados arriba del diafragma con los de abajo, el hombre generalmente no se da cuenta de lo que está sucediendo y es simple víctima del estímulo aplicado por el centro de donde emana la energía, al centro que recibe su impacto, o víctima de la desvitalización (produciendo en consecuencia muchas formas de males físicos) a medida que los centros responden a la estimulación.

 

Todo es cuestión de equilibrio, y por esto debe luchar el hombre inteligente y el aspirante.

 

Llegamos ahora a una afirmación muy ambigua y ha sido expuesta con ese propósito:

4. El conflicto entre las primeras y las segundas persiste durante edades, hasta llegar a la cima de la montaña, la primera gran cima.

Esto se refiere vagamente (y repito a propósito) al conflicto entre las energías situadas arriba del diafragma -que normalmente provienen del alma, en su propio plano- y las fuerzas de abajo del diafragma.

 

Éste es un conflicto grande y persistente; comienza cuando el centro plexo solar domina y es poderoso, produciendo crisis como en la época atlante.

 

Debido a que la masa de hombres tiene conciencia atlante y es arrastrada principalmente por su naturaleza emocional, tales crisis vuelven a surgir hoy.

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Con el tiempo, hablando metafísicamente, el centro plexo solar comienza a producir un efecto irradiante en respuesta al “llamado” magnético del centro cardíaco.

 

Cuando se recibe la primera iniciación se establece la primera gran interacción entre ambos y la primera actividad coordinada. “Lo de arriba está ahora relacionado con lo de abajo, pero lo de abajo pierde su identidad con lo de arriba”, según lo expresa El Antiguo comentario. La madre desaparece porque el Cristo-Niño ha ocupado el lugar preponderante. El alma ejerce control y conduce al aspirante de una cima de la montaña a otra.

 

En la primera iniciación, y acrecentadamente en todas las iniciaciones, la energía entra en un mayor conflicto con las fuerzas; la energía del alma se precipita en el cuerpo etérico y todos los centros se convierten en “zonas de lucha”, predominando uno más que los otros.

 

La naturaleza de la lucha ya no es de las “fuerzas entre sí”, sino entre energías y fuerzas, y esto crea las agudas pruebas para la iniciación, y produce muchos males físicos entre quienes están preparándose para recibir o han recibido la primera y segunda iniciaciones, explicándose así las enfermedades de los santos.

 

Algún día emergerá una gran ciencia de los centros que aclarará todo el complejo problema, sin embargo aún no ha llegado el momento.

 

Si esta ciencia se enseñara abiertamente en la actualidad, permitiría dirigir los pensamientos de los hombres a la realidad de los centros y a las zonas que éstos controlan, y no a las energías que afluyen a través de ellos.

 

Entonces se produciría una malsana e indeseable estimulación o desvitalización de la sustancia de los centros, con la consiguiente aguda enfermedad.

 

Siempre rige la ley de que “la energía sigue al pensamiento” y que la energía puede ser irradiante o magnética, pero no debe permanecer contenida estáticamente dentro de un centro.

 

La verdadera ciencia de los centros sólo se impartirá libremente cuando -y sólo cuando- los hombres conozcan por lo menos los rudimentos para dirigir el pensamiento y controlar los impactos de energía.

 

5. La lucha entre las fuerzas produce las enfermedades, dolencias y sufrimientos corporales que buscan la liberación en la muerte.

Existe aquí una interesante diferencia que debe ser notada.

 

La muerte sobreviene como resultado de dos cosas:

1. La lucha entre las fuerzas, no entre la energía y las fuerzas. La zona de conflicto existe en el cuerpo etérico y en el físico, y ninguna energía penetra del exterior, porque el hombre se halla gravemente enfermo.

 

2. La pérdida de la voluntad de vivir. El paciente ha cedido: la lucha interna es muy grande para él; no puede traer energía del exterior para combatir las fuerzas antagónicas, y ha llegado a la etapa en que no desea hacerlo.

 

 

Estos dos aspectos del proceso de morir indican el destino del paciente, y deberían ser inmediatamente notados por el curador que (cuando descubre que están presentes) aplicará su pericia para ayudar al hombre a morir y no intentará curarlo.

 

La puerta de entrada para las energías dadoras de vida se cierra; nada puede penetrar que ayude al curador en su trabajo, y el conflicto -de naturaleza general, o limitado a una amarga lucha en determinada zona- entre las fuerzas produce tanta fricción, que no queda esperanza alguna, excepto la muerte.

 

En esta frase que comentamos,

puntualizaré que la enfermedad se refiere al punto de fricción o dificultad aguda,

 

y todos los males a la forma general en que el hombre reacciona a la zona donde se halla la dolencia y a la general incapacidad producida por la enfermedad,

 

mientras que los dolores corporales se refieren al malestar de la zona donde la enfermedad está localizada, e indica su naturaleza.

 

Las palabras en estas reglas y leyes han sido elegidas cuidadosamente, y aunque sean inadecuadas desde el punto de vista del traductor, no son redundantes, pues tienen diferentes significados.

 

6. Las dos, las cinco y también las siete, además de aquello que ellas producen, poseen el secreto.

Esta enumeración es un resumen de lo que se ha dado previamente, y su significado más superficial y el que más aplica el curador podría simplemente expresarse de la manera siguiente:

El curador debe tener en cuenta la realidad de las dos energías mayores, presentes en cada personalidad: los rayos del alma y de la personalidad.

 

Luego debe recordar que a esos dos debe agregar tres rayos condicionantes: los rayos de la mente, del cuerpo astral y del cuerpo físico, formando los cinco mencionados.

 

 

Esta enumeración por lo general será adecuada para la persona común o término medio.

 

Sin embargo, si el paciente es una persona muy evolucionada, corresponderá otra enumeración;

 

será necesario agregar dos energías más que estarán entonces presentes con verdadera potencia: el rayo de la mónada y el rayo del planeta, el tercer rayo.

 

Este rayo planetario, cuando está muy activo (como en el caso de las personas muy evolucionadas y de quienes han logrado un punto elevado de integración general), tiene un poderoso efecto; el prana planetario afluye poderosamente con el rayo planetario y puede ser utilizado para producir la curación.

 

La razón por la cual la salud de las personas evolucionadas es generalmente buena, se debe a que la energía pránica, proveniente del planeta, afluye libremente a través del mecanismo.

 

El Maestro trabaja mediante un cuerpo relativamente perfecto, pues depende de esta energía para mantenerlo sano. Esta información es algo nueva, y una vez reconocida parecerá simple y razonable. “Aquello que ellas producen” significa en este Caso, para el curador, la forma tangible externa; existen otras significaciones, pero de ellas no nos ocuparemos.

 

El “secreto” se refiere a la revelación de la manera en que puede preservarse la buena salud. No es el secreto de la curación del vehículo físico cuando existen “males corporales”. Pero hay un secreto para la buena salud, conocido por todos los iniciados después de la tercera iniciación, que pueden aplicarlo si lo desean.

No obstante, quizás deseen hacerlo siempre, a no ser que estén trabajando con otros aspectos del Plan, que nada tienen que ver con la humanidad.

 

Si se hallan entre quienes se ocupan de la conciencia incipiente del hombre y trabajan para el reino humano y en él, pueden conocer el secreto, y al mismo tiempo no querer beneficiarse con él, debido a que sienten la necesidad de identificarse totalmente con la humanidad; por lo tanto eligen compartir conscientemente todas las experiencias humanas y morir de la manera que es común al resto de los hombres.

 

La cuestión de la identificación se halla detrás de toda manifestación; es la identificación del espíritu con la materia o del espíritu y la materia, que constituye el secreto de la apariencia divina.

 

Una de las Principales causas de la enfermedad, como bien saben, es la facilidad de los hombres para identificarse con el aspecto forma (con las numerosas fuerzas localizadas dentro del circulo infranqueable de la personalidad).

 

El hombre no se identifica con el productor de la forma, el verdadero hombre espiritual, ni con las energías que trata de dirigir, y que -más adelante en el ciclo evolutivo- insiste en dirigir.

Aquí también hay un significado secreto que se refiere a los siete rayos, cuando se expresan en el reino humano; el conocimiento de este secreto permite al Maestro controlar las epidemias y enfermedades ampliamente propagadas, pero esto ahora no les concierne. Incidentalmente, la relativa liberación de las plagas y epidemias que comúnmente siguen a la guerra, se ha debido parcialmente al empleo, por la Jerarquía, de este séptuple conocimiento, además del conocimiento científico de la humanidad.

A este respecto (y lo menciono simplemente por el interés que tiene) existen dos autoridades jerárquicas - el Mahachohán y Su Representante el cual pertenece al séptimo rayo-, poseedoras hoy de todo el secreto, siendo ayudadas por otros cinco Maestros, en la aplicación del conocimiento adquirido.

 

Los cinco Maestros trabajan principalmente con la evolución dévica y, en este caso particular, con los devas curadores, que como saben, están vinculados con la forma.

 

Estos siete Miembros de la Jerarquía son ayudados a su vez por uno de los Budas de Actividad y también por el representante del Espíritu de la Tierra.

 

Aquí tenemos nuevamente dos, cinco y también siete, una diferente enunciación cuya suma da nueve, el número de la iniciación. Esta relación numérica lleva al hombre hasta el punto de la “iniciación en el reino de la Perfección; ya no conoce más el dolor o el sufrimiento y su mente se traslada de lo que está abajo a lo que está arriba”.

 

He mencionado este aspecto de la relación de la humanidad con el tema de la salud, a fin de mostrar cuán sutiles y esotéricas son las cuestiones que estamos tratando, y dar así al paciente individual un sentido de Proporción, en lo que concierne a sus dolencias corporales y hasta su muerte.

 

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7. Ésta es la quinta Ley de Curación, dentro del mundo de la forma.

Esta quinta Ley concierne principalmente al quinto principio, mente o manas; principio que hace del ser humano lo que es; lo convierte en prisionero de la forma y del planeta, y así lo hace vulnerable e indefenso, en el aspecto forma, a los ataques que son parte de la milenaria acción del mal contra el bien.

 

Este quinto principio, cuando es controlado y empleado por el Hijo de la Mente, un Hijo de Dios, permitirá al hombre espiritual liberarse de todo tipo de forma y por lo tanto de la enfermedad y de la muerte.

 

Evidentemente, cuando el curador se entrena en el arte de curar, debe captar con claridad y candidez ciertos hechos excesivamente simples, aunque esotéricos:

 

1. Que la curación es, simple y esencialmente la manipulación de energía.

 

2. Que debe diferenciar cuidadosamente entre energías y fuerzas.

 

3. Que si busca obtener un verdadero éxito, debe aprender a ubicar al paciente, lo más exactamente posible, en el correcto peldaño de la escala de la evolución.

 

4. Que el conocimiento de los centros es imperativo.

 

5. Que él mismo debe trabajar como alma, a través de su personalidad.

 

 

6. Que su relación con el paciente (a no ser que éste se halle muy evolucionado) debe establecerla como personalidad.

 

 

7. Que debe localizar el centro controlador de la zona que abarca el punto de fricción.

 

8. Que, como sucede con todo en las ciencias ocultas, la enfermedad y la curación son aspectos del gran sistema de “relación” que rige a toda la manifestación.

 

Si el curador toma estos ocho puntos, y reflexiona y cavila sobre ellos, erigirá una sólida base para todo el trabajo a realizar; su relativa simplicidad es tal que, resultará evidente, cualquiera puede ser curador si así lo desea y está dispuesto a cumplir con los requisitos.

 

La idea corriente que una persona es un curador “nato” y por lo tanto excepcional, en realidad sólo indica que dirige allí su principal interés.

Por lo tanto, a causa de este interés, ha dirigido su atención al arte de curar y en consecuencia a establecer contacto con pacientes; debido a la inevitable actuación de la ley que rige el pensamiento, descubre que la energía sigue a su pensamiento y afluye a través de él hacia el paciente

 

Cuando lo hace deliberadamente logra a menudo la curación Cualquier hombre o mujer -que tenga verdadero interés y esté impelido por el incentivo del servicio- que piensa y ama, puede ser curador, y ha llegado el momento de que la gente comprenda esto.

 

Todo proceso de curación es dirigido por el pensamiento; concierne a la dirección de las corrientes de energía o a su abstracción y esta es otra manera de referirse a la irradiación y al magnetismo

 

Cada iniciado es un curador, y cuanto más avanzado menos se ocupa de la complejidad de los centros y fuerzas, o de las energías y su dirección.

 

Cura automáticamente, como en el caso del iniciado Pedro; acerca de él leemos que “al pasar la sombra de Pedro curó a todos ellos

La mayor diferencia observada en el intervalo (un intervalo de muchos, muchos miles de años) que media entre el tipo de curación ya mencionado y el trabajo de un curador menos avanzado, se observará en que los curadores que son médicos entrenados y acreditados y también curadores espirituales, tendrán una gran ventaja sobre los curadores no entrenados, porque su diagnosis de la enfermedad tenderá a ser más exacta y su poder de visualización más grande, debido a su entrenada familiaridad con la estructura del cuerpo y su conocimiento de la patología morbosa.

 

 

Será inteligente que, durante mucho tiempo, el curador espiritual trabaje siempre en colaboración con un médico clínico entrenado.

 

El curador proporcionará los conocimientos ocultistas requeridos.

 

Finalizará la época en que pueda establecerse como curador cualquier persona buena, bondadosa y espiritualmente orientada; la práctica de la curación debería ser precedida por años de cuidadoso estudio acerca de la naturaleza de la energía, de los tipos de rayo y de los centros; deberían dedicarse a esto por un mínimo de tres años;

 

si a ello se agrega la ciencia de un médico entrenado, egresado de nuestras mejores facultades de medicina, tendremos un nuevo y mejor tratamiento del vehículo humano que el dado hasta ahora. Luego, el conocimiento oculto y ortodoxo del curador, su capacidad de visualización y su poder para dirigir el pensamiento, serán reales y prácticamente efectivos.

La regla vinculada a la quinta Ley pone en claro la necesidad de este conocimiento oculto, porque expone muy definidamente ciertos mandatos fundamentales.

 

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REGLA TRES

Que el curador concentre la necesaria energía en el centro necesario. Que ese centro corresponda al centro necesitado. Que ambos se sincronicen y juntos aumenten la fuerza. Así la forma que espera trabajará equilibradamente. Así los dos y el uno, correctamente dirigidos, curarán.

Esta regla presupone el conocimiento de los centros, y este conocimiento como bien saben, aún se halla en embrión; lo único que se conoce en la mayoría de los casos es la ubicación de un solo centro. Sin embargo, especialmente en el caso de los curadores sin entrenamiento, es suficiente. Un conocimiento demasiado detallado de la formación, condición y respuesta de un centro, constituiría un obstáculo para el curador, pues su pensamiento se desviará hacia el detalle de la forma y se apartará de la energía y sus movimientos.

 

Esta regla requiere que el curador, al alinearse con el alma y “extraer” energía del alma (convirtiéndose así en un canal para la fuerza espiritual), dirija esta energía a aquel de sus centros correspondiente al centro que condiciona la zona donde está el punto de fricción.

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Si la enfermedad o dificultad física es estomacal, por ejemplo, o está relacionada con el hígado, el curador dirigirá la energía de su alma al centro plexo solar, situado en la columna vertebral etérica.

 

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Si el paciente sufriera alguna dolencia en el corazón o los pulmones, el curador empleará el centro cardíaco,

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utilizando el centro laríngeo para las enfermedades tráqueo bronquiales, la garganta, la boca o los oídos.

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Por lo tanto, dos cosas adquieren importancia en conexión con el curador:

 

1. Debe conocer lo más exactamente posible su propio grado de evolución, pues le indicará si es capaz o no de trabajar con uno o con todos los centros.

 

A fin de utilizar cualquiera de sus centros en el trabajo de curación, el curador debe haberlos despertado en alguna medida y ser capaz, conscientemente y por el poder del pensamiento regido por la voluntad, de enfocar la energía en cualquier centro elegido.

 

Esto no significa que todos los centros estarán despiertos y realmente activos. Sin embargo debería significar (si es que desea lograrse la curación) que él no está únicamente limitado a emplear sólo los centros de abajo del diafragma, sino que, por un esfuerzo de la voluntad espiritual, el pensamiento puede ser canalizado en los centros superiores. Muchos aspirantes pueden hacer esto con mayor facilidad de lo que creen.

 

 

2. El curador no debe correr el riesgo de sobrestimularse personalmente, a medida que canaliza la energía en algún centro, antes de dirigirla a un centro del cuerpo del paciente. Este detalle es muy importante.

 

 

Gran parte de las enfermedades y dolencias físicas, en la gente común, es abdominal, y hace que el curador emplee constantemente el centro plexo solar; esto podrá producir una seria condición de superemocionalismo e igualmente astralismo agudo por parte del curador.

 

Entonces, será víctima de sus buenas intenciones y de su servicio espiritual, pues las consecuencias son igualmente malas; la energía es una fuerza impersonal y también un agente puramente impersonal.

 

La pureza de intención, el servicio desinteresado y la buena voluntad no son una verdadera protección, a pesar de lo que diga el ocultista sentimental.

 

En realidad la presencia de tales condiciones deseables, sólo acrecientan la dificultad, porque la energía del alma afluirá con mucha fuerza.

 

El conocimiento de los riesgos involucrados, la sensata evaluación de las posibilidades y la comprensión científica y técnica de las medidas protectoras, serán dados al curador al finalizar su entrenamiento.

 

 

 

Mientras tanto, y debido a que el peligro en la actualidad no es tan grande (por la poca potencia de los pensamientos de la gente y su incapacidad para dirigirlos), la principal medida protectora consiste en la capacidad del curador para mantener firme su conciencia en el centro coronario, dejando el “ojo que dirige” enfocado en el centro necesario. Esto implica un enfoque dual, y el curador debe esforzarse por lograr esta habilidad.

 

Aquí es donde el curador distingue entre el proceso de irradiación y el de magnetización. Habiendo concentrado la energía del alma en el centro apropiado, a través del poder rector de la cabeza (el asiento de la energía del alma) y por el poder del pensamiento, termina el proceso de irradiación. Esta irradiación ha pasado a través de dos etapas:

 

1. La etapa donde las energías irradiadas por el alma penetran en el centro coronario.

 

2. La etapa donde el curador dirige un rayo de esa energía, desde el centro coronario al “centro necesario”: allí se enfoca y se mantiene firme.

 

 

Desde ese centro apropiado se establece la etapa de sincronización con el centro correspondiente en el cuerpo del paciente, y esto no es efectuado por el curador enviando un rayo a ese centro, sino por la potencia del centro del curador que evoca respuesta del centro del paciente; actúa como un imán, extrayendo del paciente una irradiación definida.

 

Esotéricamente esta irradiación ilumina el punto de fricción en la zona circundante y, si el curador fuera clarividente, le permitiría ver con mayor claridad dónde reside la dificultad, y por lo tanto llegar a un diagnóstico más exacto. Comúnmente el curador espiritual, si no es médico, depende del diagnóstico hecho por el médico asistente.

 

Así se establece una interacción entre el curador y el paciente, en niveles etéricos.

 

La energía de los dos centros sincronizados está ahora en armonía, y el curador debe determinar en este punto si el tratamiento requiere una técnica de expulsión o de estimulación.

 

Por lo tanto, tiene que asegurarse si el centro del paciente está sobrestimulado y si en consecuencia algo de la energía excedente debe ser expulsada o abstraída, o si existe un estado de desvitalización, y la energía del centro involucrado requiere un deliberado aumento.

 

Hay también una tercera posibilidad, mencionada aquí, que aunque más lenta es prácticamente la más deseable en todos los casos; el logro de un equilibrio de energías (entre curador y paciente) mantendrá la energía en la zona del punto de fricción y permitirá a la naturaleza producir la curación sin ayuda.

 

Esto sólo es posible cuando la armonía entre el curador y el paciente es completa.

 

Entonces la única tarea del curador consiste en mantener firme la situación, infundir al paciente confianza en sus poderes inherentes y aconsejar un período de paciente espera. Así la curación será más duradera y no habrá sensación o período de “shock” síquico, lo cual puede suceder si se aplica un súbito estímulo o una drástica expulsión.

 

Hemos considerado aquí, como podrán ver, tres métodos mediante los cuales el curador emplea, bajo su dirección, la fuerza enfocada en sus centros, para:

1. Expulsar la energía excedente, de un centro sobrestimulado.


2. Aplicar procesos definidos a fin de estimular los centros del paciente.


3. Mantener un estado de equilibrio donde puede tener lugar la curación natural.

 

En el primer caso, el curador aumenta deliberadamente la potencia de la energía acumulada en su centro, hasta ser excesivamente magnética y abstraer la energía sobrante del centro del paciente;

 

en el segundo caso, el curador envía un poderoso rayo de su propia energía al centro correspondiente en el cuerpo del paciente. Éste es un acto de radiación muy eficaz;

 

en el tercer caso, se establece una interacción que mantiene el equilibrio e induce a una constante y normal actividad al centro que controla la zona.

 

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También verán que estos procesos (y son relativamente sencillos cuando se los capta) dependen de la decisión del curador. Aquí es donde se pueden cometer errores. Aconsejaría, a quien procura trabajar en las líneas que indico, ir lentamente y con la debida precaución, aún a expensas de ser ineficaz y fracasar.

 

Es mejor no afectar la condición del paciente debido al poder de una decisión imprudente, a la potencia del propio pensamiento y al enfoque de la propia dirección, que acelerar su muerte por la súbita abstracción de la energía necesaria y el estímulo de un centro ya sobrestimulado y superactivo.

 

En último análisis, el objetivo de los tres métodos de ayudar al paciente, por el trabajo directo sobre los centros implicados, consiste en producir una actividad equilibrada y saludable. Esto se logra más fácilmente en el caso de una persona evolucionada, que en el de un individuo cuyo centro está normalmente inactivo y aletargado y donde la dificultad posiblemente se deba más a la actividad de alguno de los veintiún centros menores situados en el cuerpo, que a la de los siete centros mayores. En tales casos la medicina y la cirugía ortodoxas pueden ayudar con mayor facilidad al paciente que cualquier proceso de curación espiritual. Por esta razón el curador espiritual recién ahora está llegando a ser importante y su trabajo factible. Ello se debe al rápido desarrollo espiritual de la humanidad, lo cual permite a los hombres, por primera vez y en amplia escala, aprovechar estas leyes y reglas.

En la última frase de la Regla Tres, los dos y el uno significan que la energía combinada del curador -la energía del alma enfocada en el centro coronario y la energía del “centro necesario”, más la energía del centro que controla el punto de fricción en el cuerpo del paciente- es responsable de la curación, siempre que el destino del paciente sea curarse.

 

 

 

 

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