ETAPAS DEL DISCIPULADO, 4

ALICE ANN BAILEY- MAESTRO TIBETANO (Djwhal Khul) 

Extractos del libro Discipulado en la Nueva Era, Tomo I

 

 

 

 


ETAPAS DEL DISCIPULADO, 4

 

 

SEXTA PARTE

 

Etapa III. Discipulado Aceptado

 

En esta breve serie de instrucciones no tengo la intención de ocuparme de la etapa del discipulado aceptado. Mucho se ha escrito sobre ello. He abarcado los ángulos prácticos en mis libros y nada se logrará con la repetición. Los libros que la Sociedad Teosófica ha publicado sobre el discipulado describen adecuadamente el sendero de probación. Yo me ocupé detalladamente del sendero del discipulado.

Los contactos que se realizan en el sendero del discipulado aceptado son bien conocidos, pero no pueden ser descriptos detalladamente. Varía según la persona y el rayo. Sólo deseo pedirles que tengan en cuenta esta forma de acercamiento, recordándoles que tienen lugar en diversos grados de claridad y en distintas etapas del sendero. Como bien saben, son:

 

1. Un vívido sueño.
2. Una enseñanza simbólica.
3. La forma mental de un Maestro.
4. El contacto directo con el Maestro en la meditación.
5. Una entrevista en el Ashrama de un Maestro.

 

Los tres primeros constituyen por lo general la experiencia del discípulo en probación; los dos últimos, la del discípulo aceptado. Tienen sus contrapartes astrales o psíquicas inferiores. En este caso, no todos son espejismo e ilusión, tampoco básicamente censurables, pues en realidad son la simiente o garantía de futuras e inevitables experiencias en el Camino. Hay personas que ven las formas mentales de los Maestros, porque éstas existen, recibiendo enseñanzas simbólicas en el plano astral o durante el sueño. Los principiantes y los inexpertos tienden a hacer una o dos cosas: a sobrestimar la experiencia y a considerarla como un desarrollo espiritual elevado; comienzan por apoyarse en la experiencia y a sustituir este acontecimiento astral por la realidad futura, o lo descartan como psiquismo inferior indeseable, olvidando que sólo es psiquismo inferior cuando es errónea la interpretación y el empleo que se hace de la experiencia. La tarea del discípulo aceptado consiste en ayudar a interpretar, dirigir e indicar al neófito la significación de la experiencia. Los trabajadores en el campo espiritual deben tener esto en cuenta y recordar que -como resultado de la guerra, la tensión y la aspiración hacia la nueva era- los sueños y visiones, los episodios de enseñanza simbólica y los contactos con formas mentales, aumentan constantemente e indican crecimiento y expansión.

 

Cuando no son dirigidos ni explicados y mal interpretados o ridiculizados, pueden obstaculizar grandemente, obligándoselos a descender a la categoría del verdadero psiquismo inferior; correctamente explicados e interpretados pueden constituir una serie de revelaciones graduadas, en el camino hacia la luz; entonces existen como garantía del conocimiento futuro y como postes indicadores de una realización relativa, pero no son reales cuando están enfocados astralmente.

Los discípulos deben tener siempre presente que progresan respondiendo a sus propias preguntas; la tarea del Maestro no es responder a las preguntas que el discípulo, con un poco de tiempo y reflexión, puede responderse a sí mismo, sino sugerir o introducir en la mente del discípulo un interrogante que justifique su reflexión y luego estimular la mente abstracta para que pueda responder exitosamente.

 

Por lo tanto, pueden ver cuán importantes son las preguntas y cómo, en el ashrama o grupo de un Maestro, la reacción de los miembros a las preguntas recibidas por un discípulo individual o por todo el grupo, y las respuestas a esas preguntas, producen un efecto condicionador sobre el grupo. Aquí entra en juego el trabajo especial del Maestro -incitar al Ashrama a formular las preguntas que traerán la revelación.

 

Un Maestro debe recordar siempre dos cosas: primero, la condición del grupo, lo cual depende de la vibración conjunta o nota de todos los miembros del ashrama, mientras trabajan juntos y, segundo, el período durante el cual actúa el grupo. Deberá agregarse a ello la respuesta de todo el ashrama. Una de las dificultades que enfrentan los ashramas (considerándolos como totalidades) es absorber nuevos miembros y discípulos, sea individualmente o en grupos. La pregunta que lógicamente surge es: ¿Cómo puede un grupo dentro del ashrama (constituido por discípulos relativamente nuevos y principiantes, en el sendero del discipulado aceptado) ser más sensible a la vibración del ashrama y al Maestro del ashrama?

 

Esta pregunta, en realidad, abarca el principal problema que existe entre la personalidad y el alma, entre el Maestro y el discípulo y entre la humanidad y la Jerarquía. Fundamentalmente consiste en registrar la unidad esencial y terminar con la separatividad. Los discípulos deben aprender conscientemente a evitar las diferencias entre los aspectos del ashrama interno y externo y entre los pocos miembros del ashrama que conocen y reconocen, más el vasto número de los que no conocen. Un ashrama es un grupo o conjunto de discípulos, de iniciados de diversos grados y de discípulos mundiales y neófitos, que comienzan a recorrer el camino del discipulado. Los discípulos no deben pensar en términos de distintos ashramas, sino en términos del Ashrama como un todo.

 

La clave de esto, aunque posiblemente no lo parezca, es intensidad. La intensidad, o trabajar desde un punto de tensión, trae una oleada de revelación, entonces el discípulo puede aprender en un solo y breve día lo que de otra manera podría llevar meses y también años. La tensión es el gran poder liberador si está esta enfocada correctamente.

Muchos discípulos enfocan incorrectamente la tensión y liberan energías en dirección incorrecta (si puedo expresarlo tan inadecuadamente) y desde una ubicación incorrecta.

La correcta tensión se logra ante todo por la correcta orientación, la cual requiere poseer un verdadero sentido de los valores y carecer de esas preocupaciones menores, que producen extensión en vez de tensión. Daré un ejemplo común: cuando se preocupan de su condición física, no experimentan la tensión que los convierte en centros magnéticos de poder y amor; cuando se preocupan de los fracasos de otras personas o de las ideas que tienen respecto a ustedes, tampoco experimentan la tensión que libera. Por lo tanto, será de valor descubrir dónde están sus "extensiones" y retrotraerse internamente al punto de tensión, desde el cual pueden dirigir la energía del alma, consciente y efectivamente.

Éste es el verdadero trabajo esotérico. La mayoría de los discípulos no rinden ni el 60% de su efectividad, porque sus puntos de tensión se hallan diseminados por toda la personalidad y no están enfocados donde debería estar el punto individual de tensión. Cada uno debe descubrir por sí mismo ese punto de tensión espiritual. La razón de por qué los discípulos no son sensibles al Maestro, a la vida del ashrama y entre sí, se debe a que se han extendido en lugar de estar tensos, pues trabajan y viven en la periferia de la conciencia, no en el centro. Su servicio, en consecuencia, es parcial, su consagración débil y están dominados por la inercia, el desinterés hacia los demás y las muchas preocupaciones por el aspecto forma de la vida.

 

Otra pregunta más podría considerarse aquí, tratándose de una frase que utilicé varias veces premeditadamente en estas charlas. ¿Qué diferencia existe entre el amor y la voluntad de amar? Es una pregunta que siempre hacen los discípulos en las primeras etapas del sendero del discipulado, muy reveladora por cierto y fundada en un sentido de necesidad individual y también de necesidad grupal. Además, indica análisis agudo, que ha llevado, a quien interroga, al punto en que conoce la diferencia entre teoría, más esfuerzo, y la espontánea demostración de aquello que es.

 

La voluntad de amar encierra el reconocimiento de la limitación, del deseo, de la exigencia de las cosas y de la intensa aspiración de amar realmente. No significa la afluencia de la energía de Shamballa por medio del alma, cuya naturaleza intrínseca es el amor espontáneo. Cuando se desea expresar el amor se adoptan ciertas actitudes -sean naturales por pertenecer a una personalidad desarrollada, o forzadas a prestar atención a los mandatos del alma. El discípulo sabe que carece de amor, porque se encuentra constantemente aislado y no se identifica con los demás; se irrita con sus hermanos, los critica, se siente superior a ellos o los observa, diciendo "ustedes están equivocados, yo no; ellos no comprenden, yo sí. Yo los conozco, pero ellos no me conocen, debo tener paciencia con ellos", etc. Durante todo este período la actitud adoptada es indefectiblemente la voluntad de amar, unida a un profundo conocimiento de los obstáculos que se interponen para expresar el amor presentado por los demás, como también lo presentan nuestros propios hábitos mentales. Todo esto es una especie de egocentrismo. La verdadera manera de amar es reflexionar y meditar profunda y constantemente sobre el significado y la significación del amor, su origen, su expresión a través del alma, sus cualidades, metas y objetivos. La mayoría de las reflexiones efectuadas por el aspirante están fundadas en su comprensión innata de que realmente no ama en la forma libre y espontánea como lo hace el espíritu. Por lo tanto, el discípulo se ve forzado a adoptar una posición egocéntrica, en lo que piensa: "Ahora amo; ahora no amo, tengo ahora que tratar de amar", y sin embargo ninguna de las actitudes adoptadas es verdadero amor, ni su resultado es una expresión de amor, porque el discípulo se identifica consigo mismo, enfocándose en la personalidad. El amor nunca se inicia en la naturaleza inferior, si puedo expresarlo así. Es una afluencia libre e ininterrumpida desde la naturaleza superior.

 

El amor es espontáneo y contiene siempre el libre espíritu crístico. Creo que nunca se ha descrito mejor la naturaleza del amor, que la expresada por el iniciado Pablo, aunque sus palabras fueron traducidas a veces erróneamente. Estudien en El Nuevo Testamento los pasajes en donde define el amor. Desistan de acentuar la voluntad de amar y acentúen en su propia conciencia la necesidad que los demás tienen de nuestra compasión, comprensión, interés y ayuda. La soledad que generalmente sienten los discípulos es a menudo incidental a la egocentricidad de todos aquellos con los cuales entra en contacto y también a la intensa preocupación del neófito por su propio progreso. El clamor del neófito es: "Díganme, díganme, entonces cambiaré". "Aceptaré todo lo que me digan, pero díganme". El clamor del discípulo es: "Ayuden en el trabajo. Olvídense de sí mismos. El mundo los necesita". Tantos discípulos están aún encerrados dentro de sí mismos y ocultos detrás del muro del yo personal, que muy poco amor verdadero fluye externamente. Hasta no lograr evadirlo y amar verdaderamente, se verá menoscabada su utilidad.

Hemos considerado previamente las etapas del Discipulado Primario y del Discípulo que está en la Luz, que actualmente han quedado atrás para un gran número de seres humanos. Sin embargo, es necesario revivir los efectos de ambas experiencias, y la necesidad de hacer esto subyace detrás de gran parte del trabajo que realizan los discípulos e instructores en la actualidad. Un gran número de personas también atraviesan la etapa del Discipulado Aceptado. La nota clave de esa etapa es, como bien saben, establecer contacto con el Maestro; la tarea principal y la técnica del Maestro es evocar una respuesta directa y una reacción consciente del discípulo. Junto con esas reacciones el Maestro espera que el discípulo se esfuerce en ser impersonal en su relación con Él y sus condiscípulos. Impersonalidad es el primer paso en el camino hacia el amor espiritual y la comprensión. El esfuerzo de la mayoría de los discípulos sinceros, generalmente se concentra en amarse los unos a los otros, y al hacerlo (empleando un viejo símil) ponen "el carro delante del caballo". El esfuerzo es lograr ante todo impersonalidad en su trato, porque, una vez lograda, desaparece la crítica y puede afluir el amor.

El Maestro también espera un esfuerzo por parte de Sus discípulos, y a fin de trabajar generosamente en escala mayor, respecto a Su trabajo en el mundo de los hombres, les permite trabajar como desean, pero ciertamente espera que el esfuerzo se haga en las líneas de la actividad específica que constituye Su intención. Para lograr este esfuerzo vital y enérgico debe existir la facilidad de enfocarse en el trabajo y sus necesidades y desarrollar el poder de colaborar con quienes están empeñados en una tarea similar. Esto involucra además impersonalidad y correcto enfoque. Actualmente el Maestro busca a quienes se consagran a las necesidades de la humanidad en estos días de agonía humana, lo cual implica sensibilidad al dolor mundial, a medida que se manifiesta día tras día en los asuntos mundiales; requiere también una "divina indiferencia" a los acontecimientos externos de la vida del pequeño yo, y un sentido de proporción que permita al discípulo ver sus pequeños asuntos personales -físicos, emocionales y mentales- en términos de la totalidad. Así nuevamente llegamos a la impersonalidad –esta vez la impersonalidad hacia las propias reacciones del hombre.

Por lo tanto, el Maestro tiene necesariamente que preguntarse a Sí mismo si el tiempo y la energía que emplea para los miembros de Su grupo o ashrama, es justificado y si, como resultado, el grupo se ha vivificado para un servicio acrecentado, y está más estrechamente unido por los lazos de la fraternidad ashrámica y más descentralizado, o si es cada vez menos un grupo de personalidades dedicadas y cada vez más un grupo de almas vivientes.

La impersonalidad también debe desarrollarse en conexión con el Maestro, pues no se ocupa de que sus discípulos, como grupo, lleguen a estar satisfechos de sí mismos, de su categoría o del servicio que prestan. Con frecuencia hace hincapié (en los pocos y raros contactos con Sus discípulos) sobre sus fracasos y limitaciones, pues no sólo les imparte una continua enseñanza y les ofrece la acrecentada oportunidad de servir, sino que Su tarea principal es ayudarlos a apartarse del aspecto forma de la vida y a capacitarse para ciertas grandes expansiones de conciencia. Da por sentado de que realmente se dedican y desean servir, demostrándolo al aceptarlos en Su grupo de discípulos. Al hacerlo acepta también la responsabilidad de prepararlos para la iniciación. No es parte de los deberes del Maestro darles palmaditas en la espalda ni felicitarlos por el trabajo hecho ni por el progreso alcanzado. En cambio tiene la tarea de vigilar cuidadosamente su nota o vibración, e indicar los cambios que deben hacerse en la actitud y expresión, donde corresponde intensificar la vida espiritual y donde los reajustes de la personalidad conducirán a una mayor libertad y, por lo tanto, a un servicio más eficiente. Si este proceso evoca en ellos resentimiento o desilusión, entonces indica que aún están dominados por las reacciones personales.

Otra cosa que los discípulos fácilmente olvidan, es que el Maestro tiene que proteger todo el Ashrama principal, de las reacciones de quienes están aprendiendo a trabajar en pequeños grupos supervisados, en colaboración con sus hermanos más experimentados. A veces algunos discípulos se desalientan –por natural morbosidad, egocentrismo, letargo y otras veces por buenas intenciones- y renuncian al ashrama o grupo. Esto sólo pueden hacerlo exotéricamente, pues el vínculo esotérico siempre persiste, aunque puede ser momentáneamente interrumpido ante la necesidad mayor del grupo, de protegerse de algún ente que se halla entre ellos. Los miembros del Ashrama y los discípulos aceptados siempre llevan a cabo el trabajo mundial y lo hacen eficazmente. Neófitos y principiantes deben ser entrenados para este trabajo, proporcionándoseles un amplio campo para ese fin.

Hay ciertos períodos en que los discípulos deben enfrentar claras y definidas preguntas y al responderlas se descubren a sí mismos y también descubren el alcance y el fruto del servicio exigido. Algunas de estas preguntas pueden formulárselas de la manera siguiente:

¿Cuán eficaz es mi trabajo en mi esfera de actividad?

¿Cuán eficaces son mis pensamientos y planificaciones respecto a lo que puede deparar el futuro inmediato? Tenemos en la actualidad un ejemplo de esto, en conexión con los planes para el mundo de posguerra y la necesidad de una inteligente y espiritual actividad reconstructora.

¿Qué resultados veo como fruto de mi trabajo?

¿Siento que mi trabajo ha sido satisfactorio, desde el punto de vista de mi alma e incidentalmente de mi Maestro?

¿Trabajé impersonalmente en relación con mis condiscípulos y colaboradores, sin tener en cuenta su categoría?

¿Mantuve el necesario espíritu de colaboración amorosa?

¿Reconozco honestamente mis propias limitaciones y las de mis condiscípulos, y sigo adelante con quienes sirven a la par mía, sin críticas y en silencio?

¿Sé exactamente en qué etapa estoy? ¿A quién puedo ayudar? ¿A quién puedo acudir para que me dé un ejemplo, ayuda y comprensión?

Una de las primeras lecciones que un discípulo debe aprender, es reconocer lo que ocultamente se denomina "progresión jerárquica". Esto le permite al discípulo colocarse conscientemente en ese punto al que la evolución y el desenvolvimiento espiritual lo han llevado, por lo tanto, a reconocer a aquellos a quienes puede ayudar desde el punto de vista de su mayor experiencia, y de quienes puede esperar análoga ayuda.

Esta primera lección es difícil. El neófito por lo general es más conscientemente vanidoso que el discípulo experimentado. La necesidad de comprender el hecho de la progresión jerárquica me impulsó a elegir, como nuestro tema de estudio, las seis etapas del discipulado. El hecho de ser un discípulo no significa que todos, dentro de un ashrama, deberían hallarse en el mismo peldaño de la escala evolutiva.

 

Pero no es así. Un ashrama está compuesto de todos los grados, y abarca desde el discípulo que da los primeros pasos en el arduo sendero del entrenamiento, hasta el discípulo que es Maestro de Sabiduría. La progresión jerárquica es algo que merece detenida consideración. Les recordaré que la Ley dice: "progresamos por medio de nuestros propios reconocimientos". Cuando se considera un reconocimiento como aspecto o fracción de un todo mayor, constituye la simiente de una mayor expansión de conciencia. Una constante expansión estabilizada de la conciencia significa iniciación. Esta afirmación esotérica es de gran importancia.

Es esencial que los discípulos cultiven la actitud de reconocimiento espiritual, y cuando lo hagan, hallarán que sus vidas se han enriquecido grandemente. El contacto con discípulos, iniciados y Maestros, tiene siempre resultados evocadores. El poder que normal e inconscientemente manejan, es doble en su efecto. Extrae lo mejor y evoca lo peor del discípulo, mientras presenta situaciones, las cuales él debe resolver. Cada discípulo es un punto focal de poder hasta cierta medida. Cuanto más avanzado esté un discípulo, tanto mayor será la fuerza o energía que irradiará de él; esto lógicamente presentará situaciones que tendrá que manejar el discípulo menos avanzado. El verdadero discípulo nunca lo hace intencionalmente.

La teoría tan prevaleciente entre grupos esotéricos de que el dirigente o un discípulo avanzado tiene que producir ciertas situaciones a fin de desarrollar al estudiante, es contraria a la ley oculta. Sin embargo, desde el momento en que se pone al alcance de la radiación de un Maestro o discípulo más avanzado, con seguridad se producen acontecimientos en sus vidas. La radiación será eficaz cuando se reciba correctamente y se registre y utilice conscientemente, de modo de llevar a cabo los cambios presentidos y necesarios. Oportunamente, cuando la vibración de un discípulo es constante y responde a otra más elevada, pueden sincronizarse ambas. Esta sincronización caracteriza a todos los grados de iniciados y a un iniciado de grado superior, e indica que un iniciado o discípulo de grado inferior puede ser aceptado en los grados superiores. La sincronización es la clave de la iniciación.


 

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